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lunes, 11 de octubre de 2010

SUICIDAS


El Turco te la vende recontracortada. Menos frula y más tiza y aspirina. En la punta de la lengua en lugar de anestesia te da una sensación amarga que se parece más a bilis que a merca. Una auténtica garcha. Pero es lo que queda después de perder el crédito con todos los punteros. Después de rodar, robar, mentir, llorar, putear, golpear, morfar, dormir, creer, temer. Después de odiar, vomitar, temblar, espiar, huir, chupar, negar, perder. Después de todo eso, entregar los billetes e irse rápido al recoveco de la estación de Ituzaingó a meterse la caspa esa por el naso y sentirla en el fondo. Tragar los cachitos de basura y esperar a que te llegue. Es un instante de incertidumbre, hasta saber cuánta merca de veras habilitó el Turco. Y llega. Y temblás un poco y te viene la paranoia de que alguien te estuviera viendo. Pero ese alguien ya ni te importa. Porque ya no te calienta estar en bolas y sucio. Porque ya ni el hambre te motiva. Ni esforzándote te acordás de si alguna vez amaste. Ni siquiera de cuándo fue la última vez que cogiste. Porque es implacable la mierda esta que te invade y te pudre el cauce de la sangre.

El tren viene aminorando y su luz de cíclope ilumina al ras el andén. La mugre resalta y resaltan los rieles brillando como cobras al acecho. Borrachos y ratas y putas y laburantes y cirujas y vos que te parás y te sentís con ganas de ser feliz, algo que ni por asomo te resulta conocido.

Duro y todo, te das cuenta de lo que ahí va a suceder en unos instantes.

Pita el tren y acelera. Chirria, cruje, bufa. Y vos parado ahí, sintiendo la brisita que se te mete por los tobillos. Y las ganas de sentirte limpio. Y la certeza de cómo conseguirlo. Vos y los rieles y la locomotora que te cumple los deseos de un saque. Poderosa e implacable. Mecánica. Justa.

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