Powered By Blogger

martes, 19 de octubre de 2010

SUICIDAS II


No tenía otros medios y fue así que lo hice. Acorralado por deudas de guita y de tiempo y de ganas y de presencia, se me ocurrió legar lo que nunca me fue propio. Una herencia rasqueteada de vaya a saber dónde, para que al menos por ese acto pudiera perdurar de un mejor modo en la sangre de mi propia sangre.

Contraté el seguro de vida cuatro meses antes. Uno de esos seguros buenos y con póliza alta. En una compañía confiable, pagadora e inobjetable. Un examen de salud pasado al trotecito, trámites bastante sencillos y cuota carísima que en esos meses arrasó con todo cuanto poseía. De más está mencionar que en el momento de designar beneficiarios, apunté a mis hijos.

Lo que sigue fue facilongo, aunque quizás a ustedes no les cause la misma sensación.

La madrugada aquella subirme a la autopista, asegurándome un horario en el que casi nadie circulara, y marchar a velocidad crucero un tiempo nomás, justo el que dura un pucho consumido a pitadas suspirosas. El asfalto deslizándose debajo de mí cada vez más rápido, los postes pasando exactamente así, como postes. La verdad es que creí que cuando llegara el momento exacto, me costaría más decidirme, pero me equivoqué porque llegó, aceleré, extendí los brazos y volqué el volante como para darle de lleno a la columna de hormigón. Era solamente eso. Se empezaba rápido y rápido también se terminaba todo. Estaba feliz de dar lo que nunca había dado.

La verdad es que el golpazo me asustó, pero después de eso ya no me acuerdo de más nada. De más nada hasta hoy, cuando entreabrí los ojos y ví a mis hijos parados ahí nomás, a un estirón de mano (si es que mi mano hubiera podido estirarse). Hice todo el silencio que me permitía el ruido del respirador y los escuché:

-Viejo de mierda, ojalá se hubiera matado en el choque-

No hay comentarios:

Publicar un comentario